Conventillo (del diminutivo de convento) es como se denomina a un tipo de vivienda urbana colectiva, también conocida como inquilinato, en Argentina, Uruguay, Chile y Bolivia, y casa de vecindad en España. Se trata de una vivienda en la que cada cuarto es alquilado por una familia o por un grupo de hombres solos. Los servicios (como comedor y baños) solían ser comunes para todos los inquilinos.
Muchas
veces el conventillo representaba el uso tardío de casas residenciales o petits hotels en vecindarios que habían
descendido de categoría social. Solían presentar malas condiciones sanitarias,
por el hacinamiento. En general, estaban estructurados en galerías alrededor de
uno o varios patios centrales, las paredes y el techo eran de chapas metálicas
y la estructura de vigas de madera afirmadas con piedras o ladrillos.
En Argentina y Uruguay fue el primer hogar de muchos inmigrantes recién llegados al país. En él se
mezclaba gente de todos los idiomas y nacionalidades, principalmente italianos,
españoles, franceses, judíos y árabes. Fue caldo de cultivo para la cultura
popular, expresada en el tango y los sainetes, entre los que merecen destacarse las obras de Alberto Vaccarezza.
En
general, había un patio central alrededor del cual se levantaba una doble fila
de habitaciones en la planta baja y en uno o dos pisos superiores. En cada
habitación, que carecía de ventanas vivía una familia. Los baños eran escasos,
como las canillas para proveerse de agua. Como el agua potable provenía de
pozos y no había cloacas, era bastante común que los inquilinos se contagiaran
diversas enfermedades.
En Buenos
Aires hay 2 conventillos, que fueron restaurados y actualmente funcionan como
centros culturales. Éstos son el conventillo Corazón de Tango y el conventillo
Los conventillos de La Boca
Mareas humanas
arribaron a las costas de Buenos Aires a partir de las últimas décadas del
siglo XIX. Eran inmigrantes dispuestos a trocar mano de obra y sacrificio por
algo de bienestar. La ciudad, apretada en el centro
urbano, comenzó a expandirse. Creció
en todos los sentidos gracias al tendido de vías. Muchos recién llegados se
instalaron en La Boca a partir de septiembre de 1870, cuando el empresario
Federico Lacroze puso en funcionamiento el tranvía que llegaba a ese barrio
desde Plaza Once.
Por su destreza en la actividad portuaria, los
genoveses se hicieron dueños de la zona. Como en otros barrios, el déficit
habitacional encontró una precaria solución en las casas de inquilinato. Se llamaron
conventillos por la similitud con los conventos, debido a las pequeñas celdas
donde viven los monjes. Para
que fuera un conventillo, una casa debía cumplir ciertos requisitos
municipales: ser hogar de por lo menos cinco familias y contar con baños,
lavatorios, letrinas y lavaderos comunes. Aclaremos -por más que el verbo
aclarar no sea el más adecuado- que las cloacas recién llegaron a La Boca en
1893.
La norma municipal establecía que los cuartos de
los conventillos no podían tener menos de 12 m2 y 3,5 m de altura. Cada familia
se apretujaba en el mismo cuarto que a veces se dividía con biombos o cortinas.
Los patios eran el centro de reunión general. Allí convergían los inquilinos y
se enteraban de todo lo que pasaba en el inquilinato. Por eso al chismoso
se lo llama conventillero.
A diferencia de los conventillos de otras zonas,
los que hubo en La Boca se construyeron con maderas y chapas de cinc. La
ausencia de higiene y de intimidad era tan comunes como el baño para todos.
Para entender la magnitud, en 1904 más de 16000 personas
vivían en los 331 conventillos de La Boca. La superpoblación de
Buenos Aires llegó a tal punto, que hubo temporadas en las que uno de cada
cinco habitantes de la ciudad vivía en casas de inquilinato. Esa es razón más
que suficiente para que este tipo de patrimonio arquitectónico sea tan valorado
como lo son las mansiones del 1900.

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